Cuando nació, su mamá lo quiso anotar con el nombre de Heber. No la dejaron. Lo llamaron Ernesto Enrique, pero fue "el Heber" para todos. Tan pícaro y atorrante fuera de la cancha, como dentro de ella. Era capaz de contarle chistes a su marcador durante el partido para desconcentrarlo. Fue fundamental en la gran campaña del Boca de Lorenzo.
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