domingo, 9 de agosto de 2009

En el cierre de la gira, Boca se lució con un ataque que mezcla genio, explosión y gol

En la lejana Ohio, Guillermo Barros Schelotto sentirá seguramente la infinita nostalgia de los 11 años que pasaron. Se recordará más joven, con el pelo menos planchado que Pablo Mouche, pero encontrará semejanzas que lo transportarán a ese tiempo en el que Boca empezaba a forjar su leyenda moderna. En la ideología futbolera de Carlos Bianchi, así como había laterales que pasaban de a uno por vez y tres volantes definidos, los encargados de la producción ofensiva eran Riquelme, el Melli y Palermo, un tridente intocable. Ver el centro flotante de Mouche para el cabezazo del Loco, o el pase entre líneas de Román para la definición del último wing invita al recuerdo, genera un déja vu y abre el abanico de las comparaciones. ¿Hay similitudes? Claro. De nombres (más allá de los años), de características del nuevo integrante, de expectativas... Y de confianza, claro. Basile puede darse el lujo de tirar un taco en pleno partido, un síntoma de tranquilidad. Más allá de que los amistosos no suman para la Copa, ¿cuántos equipos argentinos enfrentaron al Manchester, al Milan, al AEK? Con poco más de una semana de preparación intensa tras el antecedente de un semestre entre malo y peor, Boca pasó por Europa generando sorpresa cuando no respeto, ganándose nuevas invitaciones y templando el ánimo para la feroz batalla interna.

Por primera vez, ante el AEK, el Coco formó su equipo de memoria. Quizá, más adelante en el camino, haya algún retoque (Monzón es el lateral que más gusta, aunque hoy no lo vean del todo bien). Y habrá que ver si el técnico pone a hibernar su vozarrón en el pedido de otro punta. Por lo pronto, Mouche dio ayer señales inequívocas de madurez: la cabeza levantada para el centro del primer gol, la sencillez en el traslado de la pelota y la resolución de las jugadas... Y también cierta búsqueda a lo Palacio de vivir al borde del offside que no parece casual. Todavía no tiene el ojo en la espalda para verlo llegar a Insúa en una contra y liga alguna que otra palabra no del todo dulce, pero parece haber entendido que el secreto está en la simplicidad.

La conversión de Palermo, sobre la campana final de la gira, es otra buena noticia (el Coco ya había anticipado que le gusta que los goles los hagan los delanteros). Y la puñalada de Riquelme para el 2-0 responde a las expectativas del técnico de tener un enganche que no sólo sea admirable en administración y cuidado del balón sino que también se comprometa con esos pases que arriesgan la posesión pero también ponen en peligro al rival. Le falta todavía a Román pisar más el área, aunque la presencia de Insúa actúe en parte de alter ego, para que la función de enganche pueda desdoblarse entre el tipo que tiene el panorama completo y el que llega a fondo. Esta presencia del Pocho hace pensar, además, en un dibujo más cercano a un 4-2-4 que al 4-3-1-2.

Boca se vuelve en paz. Supo jugar ante rivales que le plantearon dificultades diversas: desde los que obligaban a tener la pelota para no sufrir contras letales hasta los que se cerraban, especulativos, y requerían asedio. También empieza a armar pequeñas sociedades. Que es lo mismo que decir que recuperó la memoria de equipo.

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