lunes, 28 de marzo de 2011

Falcioni plantó un equipo para no perder y así volvió a dejar el arco en cero. Luego, Román hizo el milagro.


El cero en su arco es, para Falcioni, tan importante como el ego para Bianchi. Y emulando al técnico ideal para Boca, Julio César armó un equipo que primero pensó en cerrar filas y después entregarse a lo que Riquelme o Palermo pudieran inventar. Salió a no perder y lo logró. Salió a ver qué podía pasar arriba y no pasó nada. Tuvo un tiro libre y Román frotó la lámpara. Fue un triunfo merecido, sí, porque entre tanta pobreza Boca al menos aportó algunas monedas y con eso nomás le alcanzó para resucitar entre los muertos del Cementerio.

El 5-3-1-1, y la tibieza de un Colón que se lamentará dólar por dólar los 50 mil que deberá poner por Damián Díaz, le dio tranquilidad a la defensa, pero expuso a Palermo porque se profundizó la falta de abastecimiento. Al circuito de juego que debía generarse entre Chávez, Ervitti y los laterales le faltó corriente. Apenas un par de veces Clemente fue el que pretende Riquelme, pasó y generó peligro con dos subidas en el primer tiempo. En cambio, Calvo todavía cree que la muralla china está construida sobre la línea central. Y las intenciones de Chávez y Ervitti fueron buenas pero no pasaron de ahí. Por eso, la salvación llegó del pie del distinto, del hombre que obligó al técnico a romper todos sus principios tácticos para hacerle lugar entre los 11. Y fue justamente Román el que salvó la cabeza de Falcioni en un choque clave para calmar un poco la crisis.

Sin embargo, la deuda futbolística de este Boca sigue siendo enorme. El gol que cortó una racha de 463 minutos sin convertir fue un hecho aislado, fuera de contexto, que no alcanza para sanar la anemia ofensiva. Sirvió, claro, para conseguir un triunfo que le estira las arrugas a un Julio César que no puede quedarse tranquilo. Si Lucchetti hubiera tenido las manos de García o Acosta, la puntería del Palermo de otros tiempos para cabecear, distinto habría sido el final de esta historia...

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