domingo, 13 de marzo de 2011

Nada fue como en el verano.


Ya nada es como en el verano para Boca. Pero si de la caída en el Nuevo Gasómetro se quiere rescatar algún mínimo parecido, hay que posar la mirada en Diego Rivero. Esta vez, el Burrito no miró de reojo a Ramón Díaz, tampoco debió aguantarse las ganas de festejar un gol propio como en Mar del Plata, aunque por despliegue, compromiso y buenas intenciones fue el único del equipo de Falcioni que ayer no mereció perder.

Por su pasado en San Lorenzo y sus encontronazos con el Pelado que provocaron el exilio de Boedo, éste no era un partido más para Rivero. Lógico. “La gente de San Lorenzo quiere que me vaya bien en Boca”, le había dicho el volante a Olé , anticipando el respeto que iba a recibir en su ex casa. Y entonces, lo jugó con sangre, sudor, pero terminó en lágrimas. Justamente, la sangre apareció literalmente en su rostro cuando fue a barrer a Menseguez y, en la caída, el delantero del Ciclón, con quien tiene una muy buena relación, lo golpeó sin querer en la nariz. Quizás por eso perdió el olfato que había mostrado en 3-0 de Mardel, aunque los oídos le quedaron intactos, sobre todo porque los hinchas de Boedo no se la agarraron con él y prefirieron tomar de punto a Erviti. Para él, seguramente, un consuelo en la derrota...

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