domingo, 4 de diciembre de 2011

Julio Falcioni supo armar un equipo a su estilo, pero con Riquelme


Superó los momentos difíciles y se suma a la lista de técnicos campeones con la azul y oro.

La construcción de este título no arrancó en julio, ni en enero. Así como el invicto histórico de partidos comenzó en el Clausura, la construcción del campeón también. Julio César Falcioni se moría por dirigir Boca desde antes de concretarse su llegada, dejando Banfield. Pero cuando aterrizó, se encontró con esa locura que Borghi tan bien había descripto como "hacer el amor con la ventana abierta". Su puesto estuvo en duda en esos primeros seis meses, en los que probó y cambió sin encontrar la fórmula, y también en el arranque de este Apertura. Pero su equipo transmitió eso mismo que tuvo él en esos momentos complicados: tranquilidad. Seguridad. Fortaleza.

Supo cambiar a tiempo Falcioni. Así como bancó a Palermo en aquellos diez partidos sin festejos (y se lo metió en el bolsillo), también supo conciliar con Riquelme. Entendió que tener al ídolo en contra podía ser su propia sentencia. Y negoció. Los dos, inteligentes, llegaron a un acuerdo beneficioso para ambos. Buscó la manera, entonces, de cambiar su esquema sin cambiar su idea. Le puso Riquelme a su equipo. Porque este Boca es fiel al estilo JC: sólido de atrás para adelante, es un equipo que muerde, presiona y desde esa seguridad ataca, pero sin locuras, sin perder la línea, sin desesperarse, sin desequilibrarse. El DT supo cuidar a Erviti para no exponerlo y lucrar con él cuando lo creyó oportuno. Supo cambiar de delanteros y que todos le dieran alegrías (12 de los 22 goles los hicieron cuatro hombres de arriba). Así, armó una base tan sólida cuando jugó el 10 como cuando no pudo estar por lesiones. Y creyó en los pibes, aunque sin traicionarse: los usó cuando entendió que era el momento de foguearlos. Y le cumplieron.

El seguirá repitiendo que el mérito es todo de los jugadores. Y tiene razón. Pero, en el fondo sabe que detrás de eso está su mano. Y que este Boca, al fin, tiene su sello.

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