miércoles, 24 de noviembre de 2010
Lejos del roce en el vestuario, Riquelme y Palermo fueron juntos a un evento de La Doce en San Fernando, que gracias a ellos recaudó una fortuna.
Riquelme toca con Gaitán y va a buscar la devolución. La pared es deliciosa. Es 12/4/10 y la Bombonera arde. Román queda ahora solito frente a Campestrini, el arquero de Arsenal. Puede definir él pero prefiere tocársela al goleador que viene entrando para que la empuje sin oposición a la red. Sí, es gol de Martín, de Palermo, el 219, con el que pasa a Pancho Varallo y se convierte en el bombardero histórico xeneize. La Bombonera espera el festejo conjunto de sus ídolos, pero no: el diez pone de manifiesto todo lo que lo separa del nueve y se va a hacer el Topo Gigio por su lado. El Titán lo mira y, resignado, abre los brazos en solitario. Si faltaba un gesto para demostrar que eran el agua y el aceite, acaba de producirse. De ahí en más, el mundo Boca ya lo sabe: sus referentes no se bancan y no van juntos ni a tomar un café a la esquina. Pero, lo que la pelota no puede, lo que la dirigencia no logra, lo hace la barra....
Demostrando una vez más el poder inmenso de La Doce en el club, Mauro Martín y sus secuaces organizaron una función estelar del negocio de las peñas, esto es, llevar players al Interior y zonas del Gran Buenos Aires y armar cena show donde se cobra cubierto, foto con el ídolo y prendas autografiadas. Los jugadores, que se jactan de no poner plata, en realidad lo que hacen es financiar a los violentos con su presencia. Palermo ya había asistido a varias y Riquelme hizo su primer aporte dos años atrás, en Luján. Pero nunca habían estado juntos. Hasta este lunes: en la noche de San Fernando, en un salón para 300 personas ubicado pasando el Bingo King de la calle Madero, los dos ídolos entraron juntos y de la mano al altar de La Doce. El momento cumbre se dio a las 23,30, y Román debió aguardar a Palermo, que venía de un evento de la escuela Deportea. Adentro y desde las 22, la espera había sido matizada por Battaglia y Caruzzo, que entretuvieron a la multitud que pagó 100 pesos el ticket para estar allí. Ahí al comienzo se habló de que Borghi dejó un buen recuerdo, de que están mentalizados para ganar el próximo torneo y cuestiones futboleras por el estilo. Y cuando la impaciencia se iba colmando, las puertas se abrieron para el Diez y el Nueve. Ambos se quedaron media hora, agradecieron el apoyo de la gente y dijeron que tiraban para el mismo lado. Sí, para el de La Doce, que hizo un negocio redondo en contante y sonante (entre entradas y merchandising habrían levantado casi 40.000 pesos) y también bajaron un mensaje para su interna: mientras Di Zeo quiere volver y organizó una marcha previa al superclásico, Mauro mostró quién tiene el poder de la segunda bandeja que da a Casa Amarilla. Porque aunque suene tremendo, los jugadores y dirigentes le responden a él.
La movida comenzó a planearse la última semana de octubre. La Doce se garantizó la presencia de los dos popes y le encomendó a Carlos Santa Cruz, hombre de Virreyes con peso en la barra pero también en la política de la zona, la organización del evento. Santa Cruz eligió el mismo salón donde ya habían hecho dos movidas tribuneras y también una para un político grande del Justicialismo, e hizo una discreta convocatoria boca a boca y con pegatina de algunos afiches, tarea que fue encargada al Gordo Fernando, otro que para en el paravalancha y es patovica de Wall Street, un boliche de la zona. El número para comprar la entrada era el de un nextel y éstas se vendían en forma personalizada y con una condición: nadie podía llevar cámara de fotos. ¿Por qué? Porque las imágenes con los ídolos las sacaba el fotógrafo oficial de la barra, que daba números para que fueran desde hoy a buscar sus copias a un local de Tigre. Sí, todo una ingeniería puesta en función de recaudar fortunas.
Lo cierto es que algunos se sorprendieron de verlos juntos, pero hasta los incrédulos debieron rendirse ante la evidencia. Se sabe que Palermo siempre tuvo una relación amistosa con la barra. A Di Zeo lo fue a visitar a prisión y con Mauro hizo migas rápido, a punto tal que en la última gran pelea entre los dos referentes, justo tras el gol histórico a Arsenal, La Doce jugó para el goleador y colgó en el partido siguiente, frente a Gimnasia en La Plata, una bandera con la leyenda “Palermo, el único héroe en este lío”. Con Román, en cambio, hubo idas y venidas. Distante al comienzo, después se hizo fluida gracias a los buenos oficios de Cristian, hermano menor del jugador. Pero antes de aquel partido con Arsenal, hubo un cortocircuito: La Doce fue a apretar al plantel a la concentración, a Riquelme le dijeron que tenía que pasarle la pelota a Palermo y correr más, y eso provocó el desplante público del Topo Gigio. Pero la relación se recompuso a tiempo: Riquelme negó ante la Justicia haber sido apretado por la barra y las cosas volvieron a ser como antes. O mejor, como lo prueba el evento del lunes: todos juntos, brindando por el poder de una barra que tiene como escudo protector la connivencia de dirigentes, jugadores, políticos y policías. Un fresco del fútbol argentino donde la violencia es amo y señor y todos son cómplices de la misma.
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