La idea era volver recién el fin de semana que viene contra Tucumán, pero probé ayer, me sentí bastante bien y quise estar para ayudar al equipo. Hubiese querido jugar mejor pero a partir de los 10 ó 15 minutos del segundo tiempo la rodilla me empezó a molestar y no pude terminar de la mejor manera. Pero bueno, no estoy arrepentido de haber jugado. No es la primera vez que arriesgo: en la Copa del 2007 jugué desgarrado (contra Libertad en Paraguay) y salió todo bien. Ahora espero poder recuperarme para jugar la próxima fecha dentro de diez días". El monólogo de Juan Román Riquelme dispara una pregunta inevitable. ¿Hizo bien en jugar?
Por lo pronto, él dejó claro que lo hizo por necesidad, "por la cantidad de muchachos convocados a las distintas selecciones". Y Basile, durante la semana, reconoció que precisaba de los servicios del 10 en este momento tan especial, con tantas bajas. Pero la respuesta a esa cuestión se conocerá con el correr de los días, al ver la evolución (o no) de la rodilla izquierda de Román, que comenzó a causarle molestias luego del debut por la Sudamericana frente a Vélez y que se complicó la semana pasada, al punto de hacerle perder la segunda fecha (para la primera estaba suspendido).
Si se lo mide, en cambio, por el aporte que le hizo, está claro que, aun jugando a media máquina, y sin que la de ayer haya sido precisamente una gran demostración (más bien todo lo contrario) del equipo de Basile, Boca juega a otra cosa cuando está él. Tiene en el campo una referencia, un eje alrededor del cual se mueven todos los demás. Y, salvo un par de apariciones de Marino (en el gol y un disparo desde afuera), lo mejor del equipo en ofensiva pasó por sus pies y por la claridad de su mente para limpiar la cancha contra un Newell's que puso mucha gente del medio hacia atrás.
La realidad marca que, quizá por la seguidilla, Marino e Insúa parecían más limitados que él. Román marcó diferencias por su concepto, por algún pase con su sello, por su sola presencia. Aunque a Boca no le haya alcanzado.
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