viernes, 8 de octubre de 2010
Boca cerrada, silencio de radio
El plantel no dijo ni mu de la última charla pero Borghi se enojó por cómo se filtró la cena con la CD. Su futuro continúa siendo incierto.
Claudio Borghi no hablará hoy con los periodistas como todos los viernes. Esta semana, la habitual conferencia de prensa la brindó el martes, cuando confirmó públicamente su continuidad en Boca luego de haber puesto su cargo a disposición tras la derrota con Lanús. Hoy, el silencio es salud para el Bichi, que anda molesto por cómo se revelan intimidades que lo involucran, tanto desde el plantel como desde la dirigencia. El miércoles, en una charla con diez referentes, el técnico pidió discreción. Que lo que se hable adentro no trascienda. El mensaje hizo efecto: por un día al menos surgieron los famosos códigos que eran sagrados en su época de jugador. El mismo gesto quisiera recibir de parte de la CD. El lunes, Borghi cenó con varios dirigentes y al otro día se asombró (y disgustó) porque los periodistas se habían enterado hasta del menú.
Aunque al llegar al club aseguró que sabía “desde antes de nacer” lo que era el famoso Mundo Boca, los hechos demuestran que había cosas que no tenía tan conocidas. Lo que más lo fastidia, más allá de la falta de resultados futbolísticos, es la trascendencia que tiene todo lo que dice y hace. Su primer enojo fue con una tapa de Olé que lo mostró bostezando. “¿Antes de rascarme tengo que mirar a la tribuna a ver si hay un fotógrafo? Así no se puede vivir”, se había quejado. En aquel momento también se calentó cuando leyó en algunos medios una charla que había tenido con el plantel en el vestuario. “No se equivocaron ni una coma”, dijo, incrédulo. Ahí su malestar no fue con la prensa sino con los propios jugadores, por ventilar cuestiones íntimas.
Pero lo que terminó por asombrarlo fue cómo se conocieron hasta los mínimos detalles de la cena que mantuvo con los dirigentes en un restaurant de Puerto Madero, el último lunes. En ese encuentro, un dirigente le pidió que no amagara más con dar un paso al costado porque no querían que se fuera. Borghi, dicen, no contestó. Uno llegó a mencionar un plazo: que siguiera al menos hasta el partido contra River. Pero Ameal saltó rápidamente en contra de esa moción y dijo que el DT debía cumplir su contrato. El mismo presidente fue el que, en la sobremesa, dibujó una línea de cuatro sobre la mesa con dos copas y dos tazas de café y recibió la negativa del DT a cambiar de sistema. A su lado, el dirigente Ahumada fue el que peor la pasó: debió hacerse cargo de la abultada cuenta.
Esas cuestiones, extrafutbolísticas, son las que descolocan a un hombre tan honesto como incómodo cuando está en el centro de la escena. E influyen seguramente en su análisis para decidir su futuro en Boca. De ahí que su continuidad lejos está hoy de poder ser confirmada a largo plazo. La inestabilidad que él mismo transmitió (y que llegó a la piel de sus jugadores) es lo que genera dudas. “Si perdemos con Tigre, nadie puede animarse a asegurar que siga”, fue el pensamiento, en voz alta, de un directivo. Más allá de cierta incertidumbre por los últimos acontecimientos, jugadores y dirigentes no quieren que se vaya. Los primeros lo consideran un muy buen tipo y no lo ven como el principal responsable de esta mala campaña. Los segundos también resaltan su calidad como persona. Además de destacar el profesionalismo de todo el cuerpo técnico y el buen manejo de la famosa “interna” del plantel. Sin embargo, la realidad es que tanto adentro (jugando) como afuera de la cancha (hablando) no lo están ayudando demasiado.
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